Por Armando Maya Castro
Las
recientes violaciones al Estado laico, perpetradas por los gobernadores de los
estados de Chihuahua y Veracruz, así como por algunos alcaldes del norte de la
República mexicana, han puesto sobre la mesa del debate uno de los grandes
pendientes en la agenda nacional: la defensa de la laicidad del Estado
mexicano.
La
participación ilegal de estas autoridades en eventos de carácter religioso es
un acto inaceptable y de clara violación a la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos y a la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público.
La violación del Estado laico en todos estos casos es más que evidente, aunque
el gobernador César Duarte y la alcaldesa Margarita Arellanes lo hayan negado
ante los representantes de los medios de comunicación. El gobernador chihuahuense
violentó la laicidad del Estado mexicano al consagrar su estado al
sagrado corazón de Jesús y al doloroso e inmaculado corazón de María, y la
alcaldesa regiomontana hizo lo propio al entregar simbólicamente a Jesucristo
las llaves de la ciudad de Monterrey.
¿Y qué hay de las
autoridades eclesiásticas que presidieron los actos religiosos en que
ocurrieron estos desacatos a la ley? Es evidente que todas ellas violentaron la
Constitución General de la República y la Ley de Asociaciones Religiosas y
Culto Público. Por otra parte, resulta lamentable el desdén de estos ministros
de culto a las leyes divinas y al memorable ejemplo
de Jesucristo, quien fue claro al enseñar: “Mi reino no es de este mundo”.
La
que más gana con este tipo de acciones es la Iglesia católica, interesada en
concretar su proyecto de mayor prioridad: la educación religiosa en las
escuelas públicas. Para la concreción de esta empresa, los jerarcas católicos lograron
que el Poder Legislativo aprobara la reforma del artículo 24 constitucional,
algo que es importante para la realización de sus fines, pero insuficiente para
instalar la educación confesional en las escuelas oficiales. Por ello, se han
dado a la tarea de convencer a los gobernadores para que consagren sus estados a
la virgen y al sagrado corazón de Jesús, aspecto que los jerarcas católicos sabrán
aprovechar en beneficio de su iglesia.
Por
ejemplo, si en otros estados de la República llegara a darse un intento de
reforma a la constitución local, similar al que en materia de educación
religiosa se pretendió hacer en el estado de Puebla, tenga usted la seguridad
que la decisión de un gobernador “consagrado” sería a favor de los intereses
del clero.
Es
así como los jerarcas católicos se mueven en busca de privilegios y poder para
que su religión resulte favorecida por encima de los demás credos. Nuestro
deber es recordarle a la Iglesia católica, así como a las autoridades obstinadas
en favorecerla, que todas las asociaciones religiosas son iguales ante la ley, sin
que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de antigüedad, número de
adeptos, infraestructura templaria, o cualquier otra condición o circunstancia.
La
reforma del artículo 24 constitucional y los recientes atropellos al Estado
laico prueban con absoluta claridad que el intento del clero y de no pocos
actores políticos es que volvamos al México confesional, donde la Iglesia
católica ejercía un control moral e ideológico completo de toda la enseñanza y
de la vida y costumbres de los mexicanos. Al referirse a ese tiempo, el
escritor Francisco Martín Moreno señala que la Iglesia romana “monopolizó
la educación durante tres siglos y medio, de modo que para 1821, cuando
Iturbide llegó al poder, México, con cuatro millones de kilómetros cuadrados,
se encontraba sepultado en el analfabetismo con un noventa y ocho por ciento de
la población incapaz de saber leer y escribir”.
El Estado laico, guiado por
la búsqueda del bien común, favorece el sano desarrollo de la diversidad
religiosa, haciendo posible la convivencia pacífica entre las personas de
diferentes credos. Gracias a este régimen jurídico, que ha sido un pilar
fundamental para la protección de los derechos humanos, los mexicanos hemos podido vivir en paz en las últimas
siete décadas.
Ahí están los actos
violatorios de la ley, ampliamente difundidos y documentados en los medios de
comunicación y en las redes sociales; sólo falta la decisión de la instancia federal
responsable de “vigilar el cumplimiento de las disposiciones constitucionales y
legales en materia de culto público, iglesias, agrupaciones y asociaciones
religiosas”. Me refiero, evidentemente, a la Secretaría de Gobernación, que
tiene también el deber de “vigilar el cumplimiento de los preceptos
constitucionales por parte de las autoridades del país, especialmente en lo que
se refiere a las garantías individuales y dictar las medidas administrativas
necesarias para tal efecto”. La sociedad mexicana, que sabe que la impunidad es
un mal que daña la confianza del pueblo hacia sus autoridades, exige sanciones
para este tipo de infracciones.
para su información...
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