martes, 1 de marzo de 2016

A PROPÓSITO DEL DÍA INTERNACIONAL PARA LA CERO DISCRIMINACIÓN

Por Armando Maya Castro
Los ancestrales enemigos de la educación laica trabajan con sigilo para lograr el retorno de la instrucción confesional a las escuelas públicas. Lo hacen a pesar de saber que la educación religiosa promueve la polarización social en los establecimientos de educación pública

La discriminación sigue siendo un problema serio en México y el mundo. Duele decirlo, pero en el tiempo actual, muy a pesar de nuestras leyes y de los diversos tratados internacionales de derechos humanos, se sigue afligiendo a miles de seres humanos que son excluidos en función del color de su piel, etnia, nacionalidad, edad, sexo o religión.

Lo digo hoy, 1 de marzo, como lo pude haber dicho cualquier otro día del presente mes o del año en curso. Sin embargo, hoy me parece un magnifico día para decirlo porque hace poco más de dos años, concretamente el 1 de diciembre de 2013, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 1 de marzo Día Internacional para la Cero Discriminación.

El combate contra la discriminación es responsabilidad de todos, no de unos cuantos. Para que esta lucha tenga el éxito esperado, es sumamente importante que los seres humanos comencemos a dejar a un lado las prácticas racistas y las expresiones xenófobas. Pero no sólo eso, sino que unamos esfuerzos en el afán de erradicar de nuestro mundo la discriminación en cualquiera de sus manifestaciones. 

Los racistas y xenófobos de nuestro tiempo deben quitarse de la cabeza el concepto equivocado de que su raza o color de piel los coloca por encima de las demás personas, dando origen a prejuicios, agresiones, violencia, expulsiones, matanzas, limpieza étnica, exterminio y otros males abominables. 

Aparte de preocuparnos por la violencia racista, punta del iceberg del llamado racismo social, deberíamos ocuparnos también en combatir a fondo este último mal, el cual se manifiesta mediante actitudes discriminatorias ampliamente compartidas por el conjunto de la sociedad; una sociedad que suele condenar con rigor y prontitud los grandes males que genera la discriminación, pero que se niega a abandonar los prejuicios, los estereotipos y las generalizaciones sobre los diferentes.

Si queremos un mundo con cero discriminación, tenemos que comenzar a erradicar de nosotros mismos todo concepto de superioridad, entiéndase aquí una superioridad racial, económica, laboral, intelectual y espiritual, lo que puede provocar resentimientos en las personas y/o grupos que suelen ser afectados por el flagelo de la discriminación. 

Lamentablemente, los grupos que han hecho de la intolerancia y de la discriminación religiosa su modus operandi continúan empecinados en lograr cambios constitucionales que posibiliten el retorno de la instrucción religiosa a los establecimientos de educación pública, evidenciando así su ancestral oposición a la educación laica, un modelo de educación acorde con la realidad plurireligiosa de nuestro querido México.

Estas personas y grupos se niegan a aceptar que México es –desde la segunda mitad del siglo XIX– un país donde el Estado y sus instituciones, por mandato constitucional, no puede impartir educación confesional en las escuelas públicas, más allá de los esfuerzos y acciones de quienes buscan con sigilo el apoyo de otros grupos religiosos en su cruzada contra el carácter laico de la educación.

Antes lo he dicho y hoy lo repito: “el Estado tiene el deber de salvaguardar y fortalecer el Estado laico, sin el cual resultan afectadas nuestras libertades, produciéndose un tránsito peligroso hacia el Estado confesional, lo que representa la pérdida de importantes conquistas sociales que le costaron a México torrentes de sangre”. 

Hoy más que nunca, es necesario permanecer alertas para lograr detectar y denunciar cualquier atentado contra la educación laica, un modelo de educación que ha demostrado ser el único que garantiza el respeto a la diversidad religiosa y a la convivencia armónica entre los educandos.

Twitter: @armayacastro


Publicado el 1 de marzo de 2016 en la edición impresa de el diario El Mexicano de Tijuana



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