Por Armando Maya Castro
El arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, en una foto de archivo (EFE) |
Luego de una semana de estar en el centro de la polémica por su intento de impedir la investigación de los posibles abusos sexuales en agravio de menores por parte de sacerdotes de la arquidiócesis de Granada (España), el arzobispo de esa ciudad, Francisco Javier Martínez, se postró junto con otros religiosos para implorar perdón "por la conducta de la Iglesia".
La información que sobre este infame acto ha fluido indica que fue la intervención del papa Francisco la que permitió que el caso fuera destapado, pues tras recibir la misiva de un joven que fue víctima de reiterados abusos sexuales ente los 13 y los 17 años en una parroquia de Granada, el pontífice romano dio seguimiento al caso impulsando la investigación de los delitos que el arzobispo granadino mantuvo en secreto por tanto tiempo.
El denunciante, que actualmente tiene 24 años, es supernumerario del Opus Dei y profesor en una ciudad del norte de España. El diario El País señala que fue éste quien alertó ante la Fiscalía Superior de Andalucía sobre “la existencia de la amplia red de pisos de la que disponía este grupo de curas para cometer supuestamente los abusos y las orgías que organizaba periódicamente bajo el argumento de que “el amor es libre y eleva el espíritu”. Estará de acuerdo conmigo, estimado lector, que el argumento empleado es por demás absurdo, pues san Pablo enseñó que “el amor no hace mal al prójimo” (Romanos 13:10); también dijo que el amor “no hace nada indebido” (1 Corintios 13:5). En síntesis, el amor nada tiene que ver con atropellos, abusos o violaciones.
La súplica de perdón del arzobispo Francisco Javier Martínez, quien pertenece al movimiento Comunión y Liberación y a los obispos españoles de la vieja guardia, es un gesto auténticamente mediático, pues si el propósito fuera remediar el desenfreno sexual de los clérigos de su diócesis, desde hace tiempo hubiera denunciado ante las autoridades civiles la serie de delitos que se han perpetrado bajo su cobijo.
El caso en cuestión prueba que a pesar de que el papa Francisco instruyó a la Congregación para la Doctrina de la Fe a proceder con energía y determinación en lo que concierne a los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos, la política eclesial de encubrimiento en varias diócesis del mundo sigue vigente e intacta. El caso de Granada nos lleva a preguntarnos, ¿cómo estamos en México al respecto? La respuesta nos la da la escritora Sanjuana Martínez en su columna Daños Colaterales del pasado 29 de septiembre, publicada en Sinembargo bajo el título “Obispos y Cardenales encubridores”. En dicho texto, la multipremiada periodista menciona a Norberto Rivera Carrera, Juan Sandoval Íñiguez y Carlos Cabrero como presuntos obispos encubridores de curas pederastas en nuestro país, y pide que el papa los suspenda.
Esta perniciosa política de encubrimiento, causante del drama, dolor, angustia, rabia y vergüenza en miles de niños, echa por tierra la línea adoptada por Jorge Mario Bergoglio en el sentido de promover “medidas de protección a los menores y una mayor cercanía y ayuda a las víctimas sexuales.
Varios obispos, entre ellos el de Granada, insisten en defender y proteger a los pervertidos sexuales con sotana, sacerdotes que buscan la cercanía de pequeños indefensos en proceso de formación para satisfacer sus más bajos instintos. Para estos criminales encubridores es más importante preservar la imagen de sus diócesis que darle importancia a los daños físicos y psicológicos que los curas pederastas provocan en sus inocentes víctimas.
En el caso específico de Granada, afortunadamente la Policía Nacional arrestó ayer a tres sacerdotes y a un seglar, profesor de religión, por su presunta relación con los abusos denunciados. Lamentablemente, el criminal silencio de varios cardenales y obispos permite que muchos sacerdotes pederastas estén en libertad y sigan siendo un peligro para la seguridad de miles de niños y adolescentes.
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