Por Armando Maya Castro
El próximo mes de septiembre, el papa Francisco visitará Colombia, un país donde la pederastia clerical ha golpeado la credibilidad de los católicos, principalmente a los de la arquidiócesis de Cali, sumida en el desprestigio por los abusos sexuales del sacerdote William de Jesús Mazo Pérez en agravio de cuatro menores, a quienes invitó a dormir a la parroquia y les ofreció dinero a cambio de su silencio.
El problema se agravó mediáticamente cuando el abogado de la demarcación eclesiástica acusó de “corrompidos, de viciosos y mal educados” a las víctimas inocentes. El abogado Elmer Montaña declaró que el apoderado Walther Collazos “prácticamente los señala de haber seducido al cura”, al tiempo de acusar a los padres por permitir que sus hijos quedaran bajo la custodia del cura agresor. El abogado de las víctimas denunció también que el arzobispo intentó negociar económicamente con él para que abandonara el caso.
Bajo el título “Culpa exclusiva de las víctimas indirectas”, el documento del arzobispado caleño indica que la conducta del cura Mazo Pérez “no puede mirarse de manera aislada […], debe mirar si la participación de las hoy llamadas víctimas indirectas fue la más coherente al sentido común, al llamado de la sociedad y la familia, al cuidado de los menores…”.
Esta respuesta, que buscaba evadir el pago de una indemnización de $ 8.270 millones de pesos, generó una lluvia de comentarios, críticas y severos cuestionamientos, obligando al arzobispo de Cali, monseñor Darío de Jesús Monsalve, a ofrecer disculpas públicas por los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, reiterando “el compromiso a observar cero tolerancia a estas conductas, denunciadas por los mismos menores, por sus padres o parientes, o por cualquier persona que las conozca”.
Los colombianos esperan del papa un pronunciamiento firme contra la pederastia clerical, en concordancia con la carta del pasado 28 de diciembre, en la que el pontífice romano pide a los obispos del mundo custodiar a la niñez frente a los “Herodes de nuestros días, que fagocitan la inocencia de nuestros niños”. El texto, emitido con motivo de la conmemoración del día de los Santos Inocentes, señala que la inocencia de los niños ha sido “desgarrada bajo el peso del trabajo clandestino y esclavo, bajo el peso de la prostitución y la explotación”, así como por las guerras y la emigración forzada, con la pérdida de todo lo que esto conlleva. Párrafos después añade que la Iglesia católica “llora no sólo frente al dolor causado en sus hijos más pequeños, sino también porque conoce el pecado de algunos de sus miembros: el sufrimiento, la historia y el dolor de los menores que fueron abusados sexualmente por sacerdotes”. Y remata el párrafo que alude a los abusos sexuales de clérigos con una expresión desafortunada: “Nos unimos al dolor de las víctimas y a su vez lloramos el pecado. El pecado por lo sucedido, el pecado de omisión de asistencia, el pecado de ocultar y negar, el pecado del abuso de poder”.
Quizás usted se pregunte, ¿qué razón tiene el que esto escribe para calificar como desafortunada la expresión papal? Le respondo respetuosamente: la pederastia y todo lo que contribuye a su impunidad no es pecado; es delito y debe ser sancionado como tal con todo el rigor de la ley, a fin de acabar con la amenaza que se cierne contra la niñez de hoy. Es desafortunado que a estas alturas el papa siga llamando pecado al ominoso delito de pederastia, causante del dolor y sufrimiento de miles de niños y sus familias.
Twitter: @armayacastro
https://www.eloccidental.com.mx/columna/visita-papal-y-pederastia-clerical-en-colombia
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