jueves, 23 de marzo de 2017

GENOCIDIO DE RUANDA: INSUFICIENTE EL MEA CULPA PAPAL

Por Armando Maya Castro
El papa Francisco pidió perdón por el papel de la Iglesia católica en el genocidio de 1994 contra la minoría tutsi en Ruanda. 

Este 20 de marzo, el papa Francisco admitió finalmente "los pecados y faltas de la iglesia y de sus miembros, entre ellos sacerdotes, religiosos y religiosas, que cedieron al odio y a la violencia, traicionando su misión evangélica", esto durante el genocidio que dejó en la República de Ruanda más de 800 mil muertos. 

Ante Paul Kagame, presidente de ese país de África Central, el jefe máximo de la Iglesia católica hizo lo que el año pasado hicieron los obispos de Ruanda: disculparse “por todas las cosas malas que hizo la Iglesia” durante la actividad criminal que cubrió un lapso de cien días que se tiñeron de sangre, en los que, irracionalmente, la mayoría hutu eliminó al 75% de los tutsis étnicos. 

Los hechos genocidas tuvieron lugar hace casi 23 años, entre el 6 de abril y el 17 de julio de 1994, durante el pontificado de Juan Pablo II, quien al conocer las acusaciones contra algunos miembros del alto clero ruandés, salió en defensa de ellos, particularmente de Agustín Misago, obispo de Gikongoro, arrestado el 14 de abril de 1999, luego de que el presidente Pasteur Bizimungu lo acusara de participar en el genocidio.

La defensa papal fue firme, a pesar de que African Rights acusó a Misago de haber cometido crímenes de lesa humanidad. Esta organización humanitaria, con sede en Londres, "sostiene que muchos curas y monjas acusados de haber participado en el genocidio de 1994 han sido redistribuidos por la Iglesia en parroquias europeas" (Clarín, 23/11/1999).

Volviendo al caso Misago, es obligado señalar que, para el fiscal, la culpabilidad del prelado era más que evidente, por ello pidió contra él la pena de muerte. Aquí los cargos que pesaban sobre Misago: se le responsabilizaba de haber negado refugio a los tutsis; de haber enviado a 30 escolares a la muerte; de haber creado un campo de refugiados en Murambi; de colaborar en la masacre de la iglesia de Kibeho, y de haber comprado 100 machetes. 

El 7 de mayo de 2014, el columnista de La Jornada, José Steinsleger, escribió sobre lo sucedido a un grupo de 90 niños tutsis que el 4 de mayo de 1994 fueron retenidos en una comisaría ruandés: “El prelado [Misago] dijo a los niños que no se preocuparan, que la policía los cuidaría. Tres días después, la policía asesinó a 82 de estos niños.”

El 15 de junio del año 2000, un año después de la detención del obispo, un veredicto del tribunal de Kigali absolvió a Misago de todas las acusaciones, triunfando al final la presión del Vaticano, quien a lo largo del proceso calificó como calumnioso el cargo de genocidio que pesaba sobre el prelado. 

En este mismo espacio he señalado anteriormente que el apoyo del Vaticano a Misago fue de tal magnitud que, en mayo del año 2000, estando el prelado aún en prisión, Juan Pablo II le envió un telegrama en el que le expresaba, entre otras cosas, lo siguiente: “Deseando que se le restituya la libertad y pueda volver a ser guía amorosa de su comunidad diocesana, invoco al Señor resucitado la presencia consoladora de su Espíritu. Mientras de corazón le envío mi bendición apostólica”. 

La sede papal defendió también a las monjas Consolata Mu-kangango (sor Gertrudis) y Julienne Mukabutera (sor María Kizito), acusadas de haber participado en la ejecución de 7 mil tutsis que buscaban refugio en el convento de Sovu. Fueron estas “religiosas” las que llamaron “a las milicias para que echaran del perímetro del convento a los tutsis", dándole combustible a los milicianos "para que quemaran a unos 500 tutsis que se habían refugiado en el estacionamiento del convento” (La Jornada, 09/06/2001).

El 8 de junio de 2001, un tribunal belga condenó a sor Gertrudis a 15 años de cárcel, y a sor María Kizito a 12 años de prisión, provocando la inmediata reacción del español Joaquín Navarro Valls, quien hizo pública la inconformidad del papa: "El Santo Padre no puede expresar sino una cierta sorpresa al ver cómo la grave responsabilidad de tantas personas y grupos envueltos en este tremendo genocidio en el corazón de África, recae en sólo unas pocas personas", expresó el entonces portavoz del Vaticano. 

Un “mea culpa” no lo es todo, y el papa Francisco lo sabe muy bien. Falta sentar en el banquillo de los acusados a los clérigos responsables de estos horripilantes hechos, sin olvidar jamás que el polaco Karol Wojtyla defendió a capa y espada a varios criminales con sotana, restándole importancia al dolor y exigencias de las víctimas y de los familiares de éstas. Con su proceder, Juan Pablo II dio también la espalda a los sacerdotes católicos tutsis, acerca de los cuales había dicho Misago: en Ruanda ya no se les quiere, pidiéndole al Vaticano que se los llevara de territorio ruandés. 

Twitter: @armayacastro

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