martes, 29 de julio de 2014

FANATISMO RELIGIOSO, AYER Y HOY

Por Armando Maya Castro


Confrontación, dolor y muerte son algunas de los males que el fanatismo religioso ha ocasionado a través de los tiempos. Los excesos y vejaciones de este abominable fenómeno han sido la causa del derramamiento de mucha sangre en todas las edades, principalmente en la sombría Edad Media, en el transcurso de la cual se estableció la inquisición y se ordenaron las cruzadas, dos de las principales vergüenzas de nuestra historia.

A pesar de los males que ocasionaron durante su vigencia, diversos apologistas han justificado la creación de la inquisición y el establecimiento de las cruzadas, empresas descabelladas promovidas y patrocinadas por la Iglesia católica con el pretexto de recuperar los lugares sagrados en poder de los musulmanes y poner fin al dolor de los católicos que vivían bajo el dominio de aquéllos.

Al grito de “Dios lo quiere”, los cruzados emplearon su tiempo y sus energías al saqueo y violencia en agravio de los musulmanes, judíos y ortodoxos. El violento ataque contra estos últimos tuvo lugar en la ciudad de Constantinopla, al comienzo de la cuarta cruzada, organizada por el papa Inocencio III. En abril de 1204, religiosos y seglares ortodoxos cayeron bajo la espada inclemente de los soldados del papa, empeorando así las complicadas relaciones entre el oriente ortodoxo y el occidente católico.

En aquel tiempo eran delitos las libertades de expresión y de pensamiento, y más si estas libertades llevaban a las personas a pensar y creer diferente al dogma católico; era delito cuestionar y poner en tela de duda la doctrina emanada de los concilios de la Iglesia romana. La inquisición persiguió no sólo este delito sino también otros delitos menores relacionados con la herejía: la blasfemia, la bigamia, la posesión de libros heréticos, etcétera.   

La remembranza de estos sucesos duele, más allá de que pertenezcan a un tiempo en que el respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales era inexistente. Duele no sólo por el indescriptible sufrimiento que el fanatismo religioso ocasionó en esa época, sino porque sus excesos han sido atribuidos, injustamente, a la religión, sin que ésta sea la responsable de las prácticas intolerantes que se han cometido en nombre de Dios, la fe y  la religión.

Esta injusta atribución ha dado origen a frases y comentarios que exhiben a la religión como la causa del odio entre los miembros de las religiones. Una de ellas, de la autoría de Jonathan Swift, reza de la siguiente manera: “Tenemos bastante religión para odiarnos unos a otros, pero no la bastante para amarnos”.

Ante esta frase, y muchas otras en ese sentido, tenemos el deber de aclarar que la religión es incapaz de emitir mandamientos que fomenten el odio entre los miembros de las religiones. Las enemistades y odios entre éstas son el resultado de la incorrecta interpretación de las enseñanzas de un Dios que es amor y, por lo tanto, incapaz de ordenarle a los hombres que se odien y destruyan entre sí.

Lo que sucede actualmente en la Franja de Gaza –donde se libra un conflicto religioso y territorial– es un acto criminal, no sólo de los israelitas en contra de los palestinos, sino de éstos contra aquéllos. Condeno enérgicamente los actos terroristas de Hamás contra Israel, así como la respuesta violenta de éste contra los palestinos. En mi opinión, nadie en su sano juicio puede ponderar la insensatez e insensibilidad de las autoridades israelíes ni la de los dirigentes de la organización palestina islámica que controla la Franja de Gaza. El fundamentalismo de Hamás y las feroces embestidas de Israel han ocasionado en los últimos 20 días la muerte de más de mil personas, entre ellos 192 niños.

Nada, ni siquiera la religión, pueden justificar la barbarie que se vive en Palestina, donde un elevado porcentaje de palestinos y judíos desean el cese del conflicto para poder vivir en paz. Repruebo, como muchos, la masacre del ejército israelita en agravio de los palestinos, pero también las brutales acciones terroristas de Hamás. Estoy convencido que, más allá de las diferencias, del territorio y de la religión, esta región del mundo merece vivir libre de ataques terroristas y de las acciones criminales que han tenido lugar en las últimas semanas.


Twitter: @armayacastro 


1 comentario:

  1. EL FANATISMO RELIGIOSO

    El fanático religioso se identifica con un individuo que pretende imponer la mirada extrema de la religión que practica. Su actitud será siempre inflexible, al punto de no considerar ni la lógica, la moral imperante ni el sentido común

    Mediante la cual el fundamentalista se cree dueño de una verdad absoluta y atemporal, de la cual no se puede hacer la más mínima crítica o reflexión

    El fanatismo es inherente a la condición humana, es el peor pecado de soberbia del hombre, que cree estar en posesión de la verdad e intenta imponerla a otros hombres, aunque sea derramando sangre

    Voltaire decía que “cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es incurable” porque es corrosivo, enemigo de la libertad, del progreso del conocimiento y el responsable por asesinatos, genocidios masacres, guerras, persecuciones, injusticias y violencias de todo tipo.

    Psicológicamente el fanático presenta cuadros de monomanías y comportamientos obsesivos sin lugar a discusión amparándose en la veracidad inquebrantable de una sola verdad

    En conclusión generalmente se clasifica al fanático como una persona ignorante e ingenua, con un razonamiento apenas suficiente para justificar y defender sus creencias mediante la agresión o juzgando a los demás como herejes.

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