jueves, 27 de febrero de 2014

A UN AÑO DEL RETIRO DE BENEDICTO XVI


Por Armando Maya Castro


“He llegado a la certeza de que mis fuerzas, debido a mi avanzada edad, no se adecuan por más tiempo al ejercicio del ministerio petrino. Con total libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma y sucesor de Pedro”. Con estas palabras, expresadas en latín el 11 de febrero de 2013, el papa Benedicto XVI anunció su histórica renuncia al papado, cargo al que accedió el 19 de abril de 2005. 

Desde esa fecha, mucho se ha dicho y escrito sobre la decisión de Joseph Ratzinger, quien se convirtió en el primer pontífice en dimitir al cargo papal en los últimos 600 años. Los católicos del mundo no acababan aún de digerir el anuncio papal cuando el sacerdote Stanisław Dziwisz, secretario personal de Juan Pablo II durante casi 40 años, hizo una velada crítica a la renuncia del ahora papa emérito. Recordó que Karol Wojtyla “guio la Iglesia hasta el final” y llevó su pontificado hasta el último aliento “gracias a su fe” y a su convencimiento de que “de la cruz no se desciende”.

El cardenal Dziwisz, criticado con dureza recientemente por haber hecho públicas las experiencias de Juan Pablo II en el libro ‘Estoy en manos de Dios’, recurrió entonces al ejemplo de resistencia de un papa cuyo pontificado quedó marcado por una crisis provocada por los abusos sexuales de clérigos católicos en contra de menores de edad. Hubiera sido preferible que el arzobispo polaco echara mano del imperecedero ejemplo de los apóstoles de Cristo, quienes sirvieron a Dios y a la Iglesia hasta el final de sus vidas.

Estos hombres de fe, en medio del dolor y la adversidad demostraron ser verdaderos héroes de la fe. El amor a Dios y a las almas les proporcionó la fuerza necesaria para avanzar contra viento y marea. Uno de ellos fue el apóstol Pablo, autor de la siguiente expresión: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (1 Timoteo 4:7). Este enviado de Dios y sus compañeros en el apostolado comprendían perfectamente bien la importancia de terminar la carrera y resistir hasta el final. 

En sus más de siete años de pontificado, Benedicto XVI no logró dar respuesta a las necesidades y expectativas de los católicos. Tampoco estuvo a la altura del propósito para el que fue elegido por los 114 cardenales que lo elevaron a la silla papal. 

A pesar de haber llevado sobre sí el título de Vicario de Cristo (que significa “hacer las veces, asumir la representación, actuar en nombre y por mandato de Cristo”), Ratzinger fue incapaz de exhibir ante los católicos del mundo el carácter invencible de Cristo y los demás siervos de Dios, expresado con claridad por el profeta Jeremías: “Porque he aquí que yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda esta tierra, contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes, y el pueblo de la tierra. Y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo estoy contigo, dice Jehová, para librarte” (Jeremías 1:18-19). 

Mañana se cumple un año del retiro de Benedicto XVI, y su renuncia sigue dando de qué hablar. La semana pasada, Antonio Socci, periodista de origen italiano, insinuó en el periódico Libero que la dimisión en cuestión podría ser inválida ya que obedeció a las presiones de un grupo de cardenales opositores a él. Ante esto, la Stampa informó que el papa emérito escribió: “No hay un mínimo de duda acerca de la validez de mi renuncia al ministerio de Pedro. La única condición para su validez es la absoluta libertad de la decisión. Especular acerca de la invalidez es simplemente absurdo”.

Más allá de los motivos que haya tenido para declinar, lo cierto es que dicha decisión es una lamentable muestra de falta de fe y vocación. Si dimitió por su edad o por debilidad, exhibe cobardía. Demuestra pusilanimidad si su dimisión fue obligada por los casos de corrupción, tráfico de influencias y escándalos sexuales en el Vaticano, como sostuvo hace un año el diario italiano La República. Finalizo insistiendo en lo escribí hace un año en El Mexicano de Tijuana: un auténtico enviado Dios hubiera enfrentado la situación con fe, sin haber renunciado jamás a su encargo.

http://www.oem.com.mx/eloccidental/notas/n3305133.htm

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