sábado, 30 de noviembre de 2013

VIOLENCIA OMNIPRESENTE

 Por Armando Maya Castro
Estamos a tiempo de tomar una decisión que nos comprometa a erradicar la violencia de nuestras vidas, de nuestra familia y de nuestro entorno 
A pesar de los avances que en materia de normatividad se han logrado, la violencia forma parte de nuestro diario vivir. Este fenómeno, aunque se halla presente en todos los grupos sociales, es más frecuente en los sectores menos favorecidos, debido a las injustas desigualdades sociales y económicas, por ejemplo el desempleo.

A la violencia la podemos encontrar diariamente en la televisión, tanto en los programas para adultos como en aquellos que tienen la etiqueta de programas infantiles. Es un fenómeno que forma parte de muchísimas películas mexicanas, así como de innumerables filmes que han sido producidos en Estados Unidos y en las demás naciones de la tierra. En muchas de ellas –afirma Marcelino Bisbal– la violencia y el terror son modas imperantes imposibles de evitar.

Desgraciadamente, la violencia se ha abierto paso y ha logrado penetrar en las escuelas, espacios que desde hace tiempo dejaron de ser cien por ciento seguros para nuestros hijos e hijas. Hoy sabemos que el bullying –esa forma de maltrato psicológico, verbal o físico, producido entre escolares de manera reiterada a lo largo de un tiempo determinado– se ha convertido en un verdadero azote y en el terror de miles de niños.

La violencia golpea con dureza a los pobres, pero también a personajes cuya fama y popularidad son del dominio público. Afecta a los mexicanos pero también a miles de migrantes en tránsito por nuestro país, hombres y mujeres que han sido objeto de ataques violentos en repetidas ocasiones. Nuestras autoridades deben reconocer que estos hechos de barbarie han sido favorecidos por los elevados niveles de corrupción, complicidad e impunidad imperantes en México.

Es más, ni los funcionarios públicos, ni sus familiares escapan a la violencia en la que nos encontramos inmersos. La violencia ha acabado con la vida de varios alcaldes, diputados y agentes del Ministerio Público. El combate gubernamental en contra de los grupos criminales y sus infames acciones ha ocasionado que los integrantes de estos grupos tomen represalias en contra de diversos funcionarios públicos y personas dedicadas a la política.

No creo equivocarme al afirmar que quienes sufren con mayor rigor los efectos de la violencia y la inseguridad son los ciudadanos comunes y corrientes, aquellos que con su trabajo diario y honesto contribuyen a construir la grandeza de nuestro querido México.

Las calles son, con toda seguridad, los sitios donde la violencia genera mayores estragos a través de robos, asaltos, secuestros y asesinatos. La violencia parece ser omnipresente; nos persigue y hace acto de presencia en los cruces viales, topes y semáforos, ocasionando la pérdida no sólo de nuestros bienes personales, sino también de nuestra estabilidad emocional. Aparece de noche y de día, en parques, callejones y estacionamientos solitarios.

Duele reconocerlo, pero la violencia se ha convertido en parte de nuestro diario vivir; nos acostamos y nos despertamos escuchando y viendo noticias traumáticas de violaciones, "levantones", desapariciones y demás prácticas ilícitas que ocurren todos los días en la mayoría de los estados de la República Mexicana.

Lo verdaderamente grave es que nos hemos acostumbrado tanto a ese tipo de noticias que los mexicanos hemos perdido la capacidad de reacción. Hay sorpresa, sí, pero no reacción, a menos que el asesinado, secuestrado o desaparecido tenga alguna relación de parentesco o cercanía con nosotros.

Esta barbarie va en aumento y parece no tener fin. No la tuvo en el anterior sexenio, en el que las autoridades federales combatieron sin la debida inteligencia las actividades ilícitas del crimen organizado. Al no cumplir sus promesas relativas a seguridad pública, la desilusión se apoderó de la mayoría de los mexicanos, quienes terminaron dándole la espalda al partido que nos “gobernó” a lo largo de doce años.

Es bueno quejarnos de la violencia y de la descomposición moral que la genera, pero es mejor realizar los esfuerzos que sean necesarios para erradicarla del entorno en el que nos movemos. Lamentablemente, en vez de hacerlo permitimos que la violencia ejerza dominio sobre nosotros, perjudicando a través de ella a nuestros seres queridos. Me refiero, claro está, a la violencia familiar o doméstica, que ocasiona severos daños físicos y psicológicos a quienes la padecen.

Admitámoslo: nuestra sociedad se halla inmersa en un proceso de progresiva pérdida de valores, algo que puede remediarse en el seno familiar mediante un trabajo de instrucción responsable por parte de nosotros, los padres de familia. Me refiero, evidentemente, al fomento de valores tales como el respeto, la honestidad, la no violencia, la solidaridad, etcétera. Los mexicanos estamos a tiempo de tomar una decisión que vaya más allá de quejarnos de la violencia que nos rodea; una decisión que nos comprometa a erradicarla de nuestra vida, de nuestra familia y de nuestro entorno.

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