sábado, 7 de diciembre de 2013

EL VATICANO, LOS LEGIONARIOS Y LA PEDERASTIA



 Por Armando Maya Castro
 
Los Legionarios de Cristo han reconocido que en los últimos 18 años, 35 de sus sacerdotes recibieron acusaciones de haber cometido abusos sexuales contra menores y nueve de esos curas fueron hallados culpables

El pasado mes de julio, el Comité sobre los Derechos del Niño de la ONU (CDN) planteó al Vaticano una lista de preguntas duras sobre abusos contra niños por parte de clérigos de la Iglesia católica, estableciendo como plazo el 1° de noviembre para una respuesta. 

Hace apenas tres días el Vaticano negó al CDN la información que le solicitó, argumentando que los casos de pederastia son responsabilidad del sistema judicial de los países en que se registraron y no están bajo su control directo.

Dos días después, el papa Francisco dispuso la creación de una comisión de expertos que lo asesore sobre el abuso sexual en el clero, buscando tres cosas en concreto: 

1.       Proteger a los niños de los sacerdotes pederastas.
2.      Mejorar el examen de quienes aspiran al sacerdocio, y,
3.      Ayudar a las víctimas. 

Mientras que la Conferencia del Episcopado Mexicano celebraba el pasado jueves el anuncio del Vaticano respecto a la creación del mencionado comité, los Legionarios de Cristo reconocían públicamente que en los últimos 18 años, 35 de sus sacerdotes recibieron acusaciones de haber cometido abusos sexuales contra menores y nueve de esos curas fueron hallados culpables.

Según el informe de Sylvester Heereman, vicario general de dicha congregación, entre los depredadores sexuales pertenecientes a la Legión figuran dos altos cargos de la Legión, así como el extinto Marcial Maciel Degollado, quien fundó –el 3 de enero de 1941– la orden de los Misioneros del Sagrado Corazón y la Virgen de Dolores, nombre original de la Legión de Cristo. 

El problema es que cada uno de los abusos sexuales cometidos por los legionarios pedófilos fueron juzgados por la justicia canónica, que históricamente ha tratado estos delitos como si fueran deslices que se remedian con rezos y con la penitencia impuesta por la Iglesia romana. Este “modus operandi” sólo ha logrado que crezca el deterioro de la Iglesia católica y que los delincuentes con sotana permanezcan en la impunidad y sigan siendo un peligro latente para los menores de edad. 

Es obligado aclarar que este trato se le ha dado a la pederastia no sólo al interior de la Legión, sino en todas las órdenes y congregaciones católicas, cerrando los ojos a una realidad irrebatible: la pederastia, aparte de ser un pecado, es un delito que debe ser sancionado con todo el rigor de la ley. 

El optimismo de no pocas personas las ha llevado a pensar que con el papa Francisco las cosas serán distintas a como fueron con Juan Pablo II y Benedicto XVI, en cuyos pontificados abundaron las denuncias de organizaciones y personas por el encubrimiento de la jerarquía católica y la poca respuesta de ésta a los casos de pederastia clerical. 

El gran problema del papa Francisco es su incongruencia en el discurso. Por un lado endurece las sanciones y decreta “tolerancia cero” contra los sacerdotes pederastas, y por otro lado mantiene en pie el proyecto de canonizar a Juan Pablo II por la vía del “fast track”, es decir, con celeridad e ignorando las voces que señalan a Karol Wojtyla como el principal protector de Marcial Maciel, cuya culpabilidad ha sido aceptada por el Vaticano y ahora por los Legionarios de Cristo. 

La “santidad” de Juan Pablo II ha sido defendida por la mayoría de los obispos católicos, entre ellos el cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia (Polonia), quien se desempeñó por décadas como secretario personal del futuro santo de la Iglesia católica. Dziwisz ha asegurado en repetidas ocasiones que el papa Juan Pablo II nunca supo la verdad sobre la vida inmoral del fundador de la Legión. Es más, se atrevió a decir que ni enterado estaba de los rumores que corrían y que fueron hechos públicos por diversos diarios y revistas, los que seguramente Wojtyla no leía.

Esta declaración y las demás que se han hecho en el mismo sentido contradicen lo que las víctimas de Maciel han señalado en distintas ocasiones: Juan Pablo II sí sabía quién era el legionario mayor, y a pesar de conocer las evidencias lo protegió, lo bendijo y lo honró, calificándolo públicamente como “modelo cristiano para la juventud”. 

Concluyo mi columna recordando a mis lectores la carta abierta que ocho ex Legionarios de Cristo enviaron a Juan Pablo II en noviembre de 1997. En dicho documento declaraban al papa “la terrible y dolorosa verdad del oscuro mal oculto (…) durante más de cuatro décadas, acerca de la encubierta conducta inmoral del mismo fundador y superior general de la Legión de Cristo, el Padre Marcial Maciel Degollado”. Ante esta prueba, insistir en la tesis de que Wojtyla ignoraba la doble moral de Maciel es un claro intento de encubrir al papa que encubrió los delitos de éste y de varios curas pederastas. 

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