martes, 29 de octubre de 2013

LAICIDAD Y DÍA DE MUERTOS



 Por Armando Maya Castro
Por su origen católico, la celebración del Día de Muertos debería realizarse en los hogares católicos, no en las escuelas de educación pública, donde convergen niños y niñas con distintos credos, o sin ellos
Las festividades católicas que van a celebrarse los primeros dos días de noviembre deberían realizarse únicamente en los hogares católicos, no en las escuelas públicas, donde convergen niños y niñas con distintos credos religiosos, o sin ellos.

Lamentablemente, estas celebraciones se han arraigado en las escuelas públicas de México desde hace muchas décadas, produciendo violaciones a la ley, y atentados contra el derecho de los estudiantes a una educación laica, libre de dogmatismos y tradiciones de tipo religioso. 

Como sabemos, la laicidad es un sistema que excluye a todas las iglesias del poder político como del administrativo, en especial de la educación, rubro en el que la Iglesia católica busca imponer una enseñanza con valores católicos, restándole importancia al artículo 3° constitucional, el cual establece que la educación que imparta el Estado tendrá como finalidad desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano y fomentar en él, a la vez, el amor a la Patria y la conciencia de solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia. 

Durante la colonia, la educación fue incapaz de formar ciudadanos cuyo amor por México estuviera por encima de todo y de todos. Jesús Silva Herzog, en su obra Breve Historia de la Revolución Mexicana, hace un recuento de los vicios de la escuela clerical. El extinto catedrático e investigador de la UNAM sostiene que esta escuela “que educa a la niñez en el más intolerante fanatismo, que la atiborra de prejuicios y de dogmas caprichosos, que le inculca el aborrecimiento a nuestras preclaras glorias nacionales y le hace ver como enemigos a todos los que no son siervos de la Iglesia, es el gran obstáculo para que la democracia impere serenamente en nuestra Patria y para que entre los mexicanos reine esa armonía, esa comunidad de sentimientos y aspiraciones, que es el alma de las nacionalidades robustas y adelantadas”.

Tras enumerar las imperfecciones de la educación clerical, el fundador de la revista Proteo menciona las bondades de la educación que se imparte en las escuelas públicas: “La educación laica, que carece de todos estos vicios, que se inspira en un elevado patriotismo, ajeno de mezquindades religiosas, que tiene por lema la verdad, es la única que puede hacer de los mexicanos un pueblo ilustrado, fraternal y fuerte de mañana, pero su éxito no será completo mientras al lado de la juventud emancipada y patriota sigan arrojando las escuelas clericales otra juventud que, deformada intelectualmente por torpes enseñanzas, vengan a mantener encendidas viejas discordias en medio del engrandecimiento nacional”.

Aunque el Estado debería excluir de las escuelas públicas las tradiciones religiosas, el Día de Muertos se ha venido presentando en la inmensa mayoría de estos establecimientos como parte de las tradiciones mexicanas. Dentro del mismo tenor, se ha obligado a los niños y niñas a participar en la colocación de altares y ofrendas que forman parte de una celebración auténticamente católica. Algunas comisiones estatales de derechos humanos saben que abundan los casos de menores de edad que han sido exhibidos y sancionados en sus calificaciones por negarse a participar en ese tipo de tareas, propias de instituciones confesionales.  

Para evitar estas violaciones a los derechos humanos en agravio de los niños no católicos, las autoridades de educación deberían de sacar del entorno escolar las fiestas católicas de Todos Santos y Fieles Difuntos, celebradas los días 1 y 2 de noviembre. Deberían de hacerlo tomando en cuenta que el Estado, por su condición laica, no puede dedicarse a difundir tradiciones religiosas en los espacios públicos.

Si se tratara de tradiciones prehispánicas, como algunos sostienen, no estaría ocupando este espacio para demandar la salida de las mismas de los establecimientos de educación pública. Puede estar seguro, amable lector, que si se tratara de una tradición cultural estaría escribiendo sobre la conveniencia de conservarla y fomentarla. 

El problema es que el Estado mexicano, en el afán de preservar una tradición que fue absorbida completamente por el catolicismo, está fomentando dos celebraciones católicas. Sobre los orígenes de éstas, Celso A. Lara Figueroa nos dice en su libro Fieles difuntos, santos y ánimas benditas en Guatemala: una evocación ancestral: “…el Papa Bonifacio IV al llevar a cabo la dedicación del antiguo Panteón de Agripa, en el que había depositado numerosas reliquias de mártires, influenciado por la tradición de las comunidades ítalo-griegas, escogió la fecha 13 de mayo del 609 para la consagración del edificio en basílica cristiana, en honor de María Virgen y de todos los mártires, bajo el nombre de Sta. María ad martyres. Un nuevo impulso lo dio Gregorio III, en el año 741, con la fundación en San Pedro de un oratorio dedicado a todos los santos. Casi cien años después, en 835, su Santidad el Papa Gregorio IV presionará sobre Ludovico Pío para que sancionara con un decreto real la celebración en sus dominios de la fiesta de Todos los Santos con la fecha del 1 de Noviembre”.

Los anteriores datos prueban que desde antes de la llegada de los españoles a territorio mexicano, los católicos europeos ya celebraban estas fiestas. ¿Hubo sincretismo, es decir, fusión entre esta celebración y la tradición mexicana de origen prehispánico? Sí, pero al final los elementos católicos terminaron por absorber los prehispánicos. Por esto mismo, la exigencia de miles de padres de familia es que el Día de Muertos deje de celebrarse en las escuelas públicas. 



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