sábado, 31 de agosto de 2013

EL MEA CULPA DE JUAN PABLO II

Por Armando Maya Castro
El beso de Juan Pablo II al Corán no significa que haya sido un papa tolerante. El teólogo Hans Kung, quien se opone a la beatificación del papa polaco,asegura que éste practicó "un magisterio autoritario con el que reprimió los derechos humanos de mujeres y teólogos"

A pesar de la protección que le brindó a Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, el papa Juan Pablo II será canonizado en los próximos meses. Será elevado a los altares a pesar de que en su pontificado se presentaron diversas expresiones de violencia religiosa en agravio de los grupos no católicos. En mi columna de hoy intento demostrar la incongruencia entre su discurso de unidad en la pluralidad con el proceder de los católicos bajo su pontificado.

A su llegada al Cairo, el 24 de febrero de 2000, el papa Juan Pablo II pronunció un discurso en el aeropuerto de la capital del país que actualmente se encuentra convulsionada por la violencia: “Hacer el mal, promover la violencia y el enfrentamiento en nombre de la religión es una terrible contradicción y una gran ofensa a Dios”.

Con estas palabras, el polaco Karol Wojtyla exhibió a sus predecesores como ofensores de Dios, reprobando tácitamente a la mayoría de ellos. Juan Pablo II sabía –como lo sabe también el papa Francisco– que sus “infalibles” antecesores crearon la inquisición, promovieron cruzadas, guerras santas y diversos enfrentamientos en nombre de Dios y la religión.

En ese tiempo, muchas personas que seguían las actividades y declaraciones de Juan Pablo II pensaban que éste era un líder diametralmente opuesto a los hombres que le antecedieron en la dirección de la Iglesia católica. Sin embargo, existen innumerables testimonios que evidencian que el pontificado del polaco no se caracterizó por la tolerancia hacia quienes disentían de la fe católica.

Tres días después del discurso papal en la capital de Egipto, Karol Wojtyla, al pie del monte Sinaí, hizo un llamado al diálogo entre cristianos, judíos y musulmanes. ¿Puede considerarse dicho llamado una prueba fehaciente de que Juan Pablo II era un papa tolerante al frente de una Iglesia de similar virtud? Veamos los hechos.

Desde Juan XXIII se ha venido empleado una sutil estrategia orientada a recuperar viejas prerrogativas. Al respecto, Ramón Martínez Zaldúa señala que “entre los procedimientos de lucha tan antiguos como el mundo, la Iglesia católica ha mantenido el de dividir al adversario para vencerlo”.  Convencidos de la efectividad de la máxima de Julio César: divide et impera (divide y vencerás), los jerarcas católicos han realizado esfuerzos para fragmentar a grupos religiosos compactos, cuyo progreso ha producido alarma y nerviosismo entre los jerarcas eclesiásticos. Es entendible que con determinados grupos, fuertes en su unidad interna, sus tácticas desestabilizadoras hayan fracasado. Pero no ha sucedido así cuando el ataque ha sido dirigido a grupos cuyos vínculos de unidad no son lo suficientemente fuertes.

En mi opinión, el ecumenismo que promovió Juan Pablo II a lo largo de su pontificado no es necesario para el acercamiento de las diversas religiones. El mundo no lo necesita. Lo que sí se necesita es educar a los fieles en el respeto a otras formas de religión. En otras palabras, lo que se necesita es una cultura de auténtico respeto –no de tolerancia– a lo diferente.

¿Qué pretendía Juan Pablo II  al “reconocer” los graves yerros de la iglesia católica en el pasado? Es evidente que con el discurso papal se enviaba un mensaje al mundo: la Iglesia católica actual es distinta a la Iglesia de la Edad Media y del Renacimiento; no adolece de aquellos males. ¿Cree usted, estimado lector, que el papa ignoraba los eventos intolerantes que protagonizaron muchos clérigos y miembros de la Iglesia católica a lo largo de su pontificado? Por supuesto que no; por eso me parece delicado llamarles “errores del pasado” cuando se trata de males que siguen teniendo presencia en nuestro tiempo.


En el tiempo de Juan Pablo II –quien pidió perdón a Dios y a la humanidad por los pecados eclesiales– la intolerancia religiosa expulsó de diversas comunidades chiapanecas a decenas de miles de evangélicos. En ese tiempo fueron reprimidos también innumerables católicos que procuraban la depuración moral y doctrinal de su Iglesia. No podemos hablar de una institución renovada cuando prevalecen actitudes de odio y crueldad hacia personas bien intencionadas. 

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