Por Armando Maya Castro
Buenas noticias para los mexicanos que residen en Estados
Unidos en calidad de indocumentados: con 68 votos a favor y 32 en contra, el
Senado de Estados Unidos avaló el pasado jueves una propuesta de reforma migratoria
que cuenta con el respaldo del presidente Barack Obama, quien reconoció desde
hace algún tiempo “la necesidad de una reforma migratoria, legalizar la entrada
de trabajadores a Estados Unidos y regularizar a millones que ya están allá,
explotados, con bajos salarios [y] sin protección social”.
Esta reforma, que el canciller José Antonio Meade calificó
como “un paso importante en la dirección correcta”, no debe hacernos olvidar
que el miércoles 26 de junio se aprobó una enmienda que contempla el
endurecimiento inédito de la frontera entre México y Estados Unidos. Estará de
acuerdo conmigo, estimado lector, que no es un asunto menor hablar del
despliegue de 40 mil agentes de la Patrulla Fronteriza, la utilización de
radares y sensores en la franja fronteriza, así como la edificación de torres y
el aumento de vuelos de helicópteros y drones a lo largo de los más de 3 mil
kilómetros de frontera.
El
proyecto de reforma migratoria, que fue enviado para su debate a la Cámara de
Representantes, abre la vía para la legalización y eventual ciudadanía de más
de 11 millones de seres humanos, de los cuales más de la mitad son mexicanos. Hablamos
de hombres y mujeres de todas las edades, quienes han tenido que soportar en el
vecino país del norte todo tipo de humillaciones: deportaciones, maltrato
físico y verbal, golpes y descargas eléctricas. Todo esto, con base en el
ambiente racista que impera en Estados Unidos, donde los derechos humanos de
los migrantes han sido atropellados una y otra vez.
A
la semejanza de millones de mexicanos, saludo con especial regocijo la
aprobación de la reforma migratoria. Comparto la opinión de quienes han
calificado esta reforma como un avance histórico y de gran importancia en la
historia y economía de Estados Unidos y México. La sociedad mexicana y la
estadounidense saben perfectamente bien que, desde hace mucho tiempo, los
inmigrantes mexicanos en la Unión Americana han puesto sus mejores esfuerzos en
busca del bienestar y progreso de ambas naciones.
Entiendo
muy bien las preocupaciones y expresiones de inconformidad de quienes señalan
que “una reforma migratoria sin enfoque de integración regional y de libertad
de tránsito significa un retroceso para los ciudadanos de toda la región centroamericana
y del Caribe”. Esta preocupación se halla presente en aquellas personas que ven
los beneficios de la reforma migratoria, pero que no pierden de vista que dicha
reforma pretende ser el pretexto de Estados Unidos para convertir nuestra frontera
norte en la más hermética y militarizada “desde la caída del Muro de Berlín”.
Los
mexicanos confiamos en que la Secretaría de Relaciones Exteriores cumplirá su
palabra en el sentido de trabajar por la vía diplomática para flexibilizar tales
medidas, realizando los esfuerzos que sean necesarios para evitar la división
de las familias y para que se respete, por encima de cualquier interés, la
dignidad de la persona humana. También esperamos que el gobierno federal trabaje
de manera efectiva e inteligente en la creación de más y mejores empleos, lo
que evitará que más mexicanos emigren al país de las barras y las estrellas en busca
de mejores condiciones de vida.
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