viernes, 12 de abril de 2013

UNA PROMESA FIEL



Por Armando Maya Castro

El Apóstol de Jesucristo, hermano Aarón Joaquín González, confío siempre en la promesa que Dios le hiciera el día de su llamamiento. Esa confianza fue su impulso a lo largo de sus 38 años de fecunda administración apostólica.
 Cuando el hermano Aarón Joaquín González llegó a la ciudad de Guadalajara, Jalisco, el 12 de diciembre de 1926, la mayoría de los jaliscienses no sabían nada de él ni del llamado divino que ocho meses antes había experimentado en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. Tampoco sabían nada de su apostolado, ni de la Iglesia La Luz del Mundo, institución que se estableció en esta ciudad en la fecha antes mencionada. 

Aunque su nacimiento tuvo lugar el 14 de agosto de 1896, en la población de Colotlán, Jalisco, ubicada en la región norte de nuestro querido estado, la mayoría de los jaliscienses poco o nada sabían de su desempeño como docente en Zacatecas ni de la destacada actividad militar que realizó en los estados de Coahuila y Chihuahua, en el norte de la República mexicana. 

Si estos datos biográficos eran desconocidos para los habitantes de Jalisco, cuánto más la misión apostólica que le fue encomendada por voluntad divina. Los únicos que conocían algunos aspectos de su vida terrenal eran sus parientes cercanos, pero aun éstos ignoraban que el llamado de Dios, al que en seguida me referiré, lo había constituido apóstol, maestro y predicador del Evangelio, tarea noble y gratificante, pero al mismo tiempo pletórica de sinsabores, privaciones y sufrimientos. 

Su condición de desconocido en Jalisco no le preocupó, ni fue para él un obstáculo que le impidiera cumplir con éxito su sagrada misión. Había algo que se movía en él y lo alentaba: el recuerdo de la manifestación que había experimentado meses antes en la ciudad de Monterrey, Nuevo León. En su mente resonaban todavía las palabras que Dios le había expresado la madrugada del martes 6 de abril de 1926: “Tu nombre será Aarón, lo haré notorio por todo el mundo, y será bendición”.

En aquella memorable manifestación, Dios le cambió el nombre de Eusebio por el de Aarón, anticipándole que ese nombre tendría notoriedad nacional e internacional. El Apóstol de Jesucristo no dudó de la promesa divina; creyó firmemente en aquella palabra, y que sería Dios (no él, ni quienes colaborarían con él posteriormente) quien le daría notoriedad y celebridad a su nombre mediante la obra de evangelización que comenzó a realizar a partir de ese día. 

Pese a lo complicado de su misión, sus ojos presenciaron el cumplimiento de aquella promesa; contempló con alegría los frutos de su actividad apostólica, realizada con un fervor tal, que exhortaba y motivaba a ministros y fieles a predicar la Palabra de Dios en todo tiempo, en las plazas, en las casas, en los campos y por los caminos; en síntesis, a no hablar sino de las cosas de Dios por doquier. 

Hoy, cuando están por cumplirse 87 años de su llamamiento apostólico, el nombre de Aarón Joaquín goza de notoriedad no sólo en el estado de Jalisco, sino a lo largo y ancho de México, así como allende las fronteras y los mares. Es justo reconocer que en la notoriedad de ese nombre destaca el admirable esfuerzo del Apóstol de Jesucristo hermano Samuel Joaquín Flores, cuyo trabajo ha contribuido de manera significativa a la transformación de cientos de miles de almas.

La notoriedad que han alcanzado los dos apóstoles de la Restauración va implícita en la predicación del Evangelio, a través del cual se testifica de Jesucristo y su obra redentora, pero al mismo tiempo del Apóstol en funciones. Observe usted lo que le indicó san Pablo a Timoteo: “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo…” (Santa Biblia, 2 Timoteo 1:8). Estas palabras demuestran fehacientemente que al hacer notorio el Nombre de Jesucristo se da notoriedad simultánea al nombre del Apóstol de Dios. 

Otro factor que contribuye a la notoriedad del buen nombre de los apóstoles, es su obra social, ámbito en que el Apóstol Samuel Joaquín ha desempeñado una labor ininterrumpida y sobresaliente desde mediados de la década de los años sesenta. Su altruismo y buenos sentimientos lo han impulsado a brindar a niños y jóvenes escolarización gratuita; asistencia médica y alimenticia a las personas de escasos recursos; ayuda a los afectados por desastres naturales, y un sinnúmero de acciones en beneficio de la gente sin hogar, los ancianos y discapacitados. 

Por todo ello, y por muchísimas obras más, los fieles de la Iglesia La Luz del Mundo esparcidos en los cinco continentes se sienten dichosos del trabajo espiritual y social que en estos 87 años han realizado los apóstoles de la Restauración, hombres cuyos logros, valores y principios le han dado celebridad y notoriedad al nombre de ellos y al de la Iglesia de Dios.

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