jueves, 7 de marzo de 2013

VOCES IGNORADAS POR LA IGLESIA CATÓLICA



Por Armando Maya Castro
El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero clavó las 95 tesis contra la venta de indulgencias en la puerta de la Iglesia de Wittenberg, Alemania. En vez de escuchar la voz del monje agustino, que pretendía que la Iglesia católica retomara el camino trazado por las Sagradas Escrituras, la respuesta del papa fue condenatoria
 Las personas que conocen la historia de la Iglesia católica saben que los casos de corrupción clerical, sexo y tráfico de influencias que algunos diarios italianos han publicado, no son nuevos dentro de esa institución. Esta clase de abusos y degradación moral en el clero se ha dado en diversas etapas de la historia del catolicismo. Me referiré en concreto a la crítica contra esta Iglesia, el papado y la curia romana a principios del siglo XVI.

En 1510, por cuestiones relacionadas con la orden religiosa a la que pertenecía, Martín Lutero realizó un viaje a Roma, donde fue testigo de la mundanalidad de la corte papal. El monje agustino narra así lo que sus ojos contemplaron en la sede pontificia: “Presencié tantos escándalos, que a partir de aquel día formé la resolución de trabajar toda mi vida para arruinar el papado y reformar los abusos que habían sido introducidos en la religión por sacerdotes codiciosos o por Pontífices infames” (Mauricio de la Chàtre, Historia de los Papas y los Reyes, Tomo III, Barcelona, Clie, 1993, p. 256).

La historiadora Gloria M. Delgado de Cantú sostiene que la reforma que inauguró Lutero “pretendía una radical transformación en la Iglesia católica para liberarla de los vicios y corruptelas que padecía en razón de que la mayoría de los clérigos de alta jerarquía abusaban de sus prerrogativas y del enorme poder ideológico y económico acumulado por la Iglesia durante varios siglos”.

Movido por ese afán, publicó en 1517 sus 95 tesis. La número 27, en referencia al mercantilismo de la Iglesia romana, exponía: “Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando”. El sentido de esta tesis se entiende al conocer el proceder del monje Juan Tetzel, quien llegó a Wittemberg en octubre de 1517 pregonando “los pasaportes para franquear el furioso océano y arribar en derechura al paraíso”.  A la hora de vender las cartas de indulgencia, decía: “¿Quién vacilará en adquirir por un cuarto de florín una de estas cartas que abren el paso a nuestra alma en las celestes beatitudes del paraíso? En el mismo instante en que el dinero cae en el cofre, el alma sale volando del purgatorio” (José Grau, Catolicismo Romano: Orígenes y Desarrollo, Tomo I, Barcelona, Ediciones Evangélicas Europeas, 1987, p. 499).

Tetzel y sus compañeros dominicos utilizaban esta estrategia discursiva a la hora de vender indulgencias (perdón de pecados), buscando cumplir la encomienda del papa León X, quien necesitaba dinero para la conclusión de la suntuosa Basílica de San Pedro, cuya primer piedra había sido colocada desde el pontificado de Julio II, el 18 de julio de 1506. Por disposición papal, se concedía indulgencia plenaria a todas las personas que ofrecieran a la Iglesia sustanciosos donativos.

Tras la publicación de las 95 tesis, el arzobispo de Maguncia hizo saber al pontífice romano la actitud asumida por Lutero y lo grave de la situación, informando que eran muchísimos los partidarios del monje alemán. Al principio el papa minimizó la situación, al extremo de decir: “¡Fue un alemán borracho quien las escribió! Cuando le pase la borrachera, pensará de manera distinta. Son cuestiones de teología y vale más no mezclarse en ellas”.

Tiempo después, Lutero negó algunos puntos doctrinales de la Iglesia católica: la autoridad papal, la jerarquía clerical, el celibato sacerdotal, los votos monásticos, el culto a las imágenes, el purgatorio y la misa. En 1520, el papa León X lo excomulgó acusándolo de hereje. Lutero reaccionó quemando públicamente la bula de excomunión papal. Tres meses después de su excomunión, el emperador Carlos I convocó a Lutero ante la Dieta de Worms, buscando que se retractara. Al no lograrlo, lo condenó al destierro. 

Los intentos del clero fracasaron ante un Lutero que defendía con energía y pasión sus ideas, y quien había anticipado que sólo se retractaría si rebatían sus teorías a la luz de las Escrituras y de la razón, algo que ningún teólogo pudo hacer.

La Iglesia católica no escuchó en aquel tiempo la voz de Lutero, quien pretendía que esta institución se reformara, retomando el camino trazado por las Sagradas Escrituras. En vez de ello, la respuesta papal fue condenatoria. Hoy, siguen escuchándose voces alrededor del mundo que piden cambios y transparencia en el gobierno jerárquico de la Iglesia católica, así como el fin de la pederastia y corrupción clerical. ¿Cuál será la respuesta de la Iglesia católica? Concluido el próximo cónclave se sabrá. 

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